Su Historia
La Cruz de los Ángeles, fechada en el año 808, fue realizada con un alma de madera de cerezo recubierta de oro, piedras preciosas y camafeos romanos donados por el rey Alfonso II. Su diseño sigue el estilo franco-lombardo, típico del arte altomedieval europeo. En su reverso se encuentra una inscripción latina que refleja la devoción del monarca y actúa como una fórmula de protección contra robos o profanaciones.
«Recibo con complacencia, permanezca en honor de Dios esto que ofrece Alfonso, humilde siervo de Cristo. Quienquiera que osase quitármelo de donde mi libre voluntad lo donare, sea fulminado por el rayo divino.»
Esta inscripción revela el carácter sacro y protector de la cruz, funcionando como un auténtico conjuro medieval frente al expolio.

Detalle de la Cruz de los Ángeles mostrando su elaborada decoración
Según la leyenda, la cruz fue encargada por Alfonso II a dos orfebres misteriosos que desaparecieron tras entregarla, dejando una luz milagrosa. En términos históricos, se atribuye su fabricación a talleres vinculados al rey. Una hipótesis sugiere que los 'ángeles' podrían haber sido anglos (orfebres germánicos), confundidos en la tradición oral y escrita.

Alfonso II el Casto, monarca que encargó la Cruz de los Ángeles
Además de ser un símbolo político y espiritual, la Cruz de los Ángeles se utilizó como relicario, conteniendo objetos sagrados. Esto incrementaba su importancia litúrgica y reforzaba su función como símbolo protector del reino.
Leyenda de la creación por ángeles
La leyenda cuenta que, tras misa, Alfonso II fue abordado por dos peregrinos que se ofrecieron a fabricar la cruz. Al volver más tarde, habían desaparecido y la cruz brillaba milagrosamente. Se interpretó que eran ángeles enviados por Dios, lo que dio nombre a la cruz y reforzó su carácter divino.
Confusión entre "ángeles" y "anglos"
Algunas interpretaciones consideran que los "ángeles" de la leyenda eran en realidad anglos, orfebres del norte de Europa. Esta confusión se ve reflejada en otras leyendas, como la del Papa Gregorio I, quien al ver esclavos anglos dijo que parecían "ángeles", contribuyendo al nombre de Inglaterra (Anglaterrae).